PODCASTS
sábado, 19 de marzo de 2022
viernes, 11 de marzo de 2022
El cántico de Gomer
Basado en el libro del profeta Oseas
El cántico de Gomer
Te alabo mi Señor y Creador de todos los cielos y las estrellas
Porque te dignaste de tu sierva,
Las alianzas con Egipto o con Siria no salvaron a tu pueblo pero fue tu amor,
tu eterno amor,
La nación del norte buscaba amor en el lugar equivocado, así como yo.
Aparecí callada cuando contaron mi historia, mis labios fueron sellados.
Me expusieron desnuda, me encerraron, usaron violencia contra mí los hombres
Pero tu amor me liberó.
Me diste hijos, aunque no me preguntaron si quería o no, quisieron usar mi
vientre.
Pero tú abriste mi boca y honraste a mi descendencia.
Mis enemigos hablaron de mí, murmuraron me llamaron prostituta, y despreciaron
a mi familia, así como tú ya lo habías señalado que lo harían.
Me sacaste de las manos de los Cananitas y sus requisitos de fornicación
durante mi juventud.
Siendo escogida por ti, me liberaste de la promiscuidad.
Aunque excluida, me demandaron hijos, los tuve, y los amé, pero ¡fueron mis
hijos también!.
Los nombres dados a mis hijos, yo también los escogí, yo sabía cómo estaba el
pecado de mi pueblo. Dejaron en la sombra a mi madre. Solo reconocieron a mi
padre. Pero tú la reconociste.
Cuando la nación del Norte buscaba seguridad en la guerra, enviaste a tu profeta.
¡Te alabo porque me hiciste parte de ese llamado!.
Sufrí en manos de los hombres adúlteros que ofrecían joyas, riquezas.
Me ayudaste con tu amor, para resistir a hombres y sus riquezas, demandando mi
cuerpo.
A los poderosos, a los ricos que ahora abundan, a los que tienen joyas y perlas
tú los exhibes.
Su pecado en secreto promoviendo la prostitución lo hiciste público.
Creen que así como la lluvia es esperma para la tierra, ellos seducen a las
jóvenes. Su Baal es muerte.
Tú los exhibiste con su lujuria, su lascivia, y su pecado.
¡Tú levantas del polvo a la gran mayoría de mujeres pobres!
A los hombres que aman la guerra, y aman la violencia, que venden su alma y
cuerpo a la guerra, tú los llevaste a la dependencia económica, represión y la
deportación.
Demostraste que tú eres el Dios verdadero, no el poderío militar de Egipto y
Asiria.
Tú eres la paz para tu pueblo.
Me sacaste de la esclavitud por el amor eterno que mostraste.
Creían ser dueños de mí, pero tú siempre fuiste mi único dueño y Señor.
Cuando mi esposo se distanció y dijo que yo no era su esposa, avergonzándose de
mi frente a todos. Tú nunca te alejaste de mi Señor, mi restaurador.
Tú levantas del polvo a las despreciadas, a las forzadas a callar, a las
condenadas por los hombres
Por ti es que pude proveer para mi familia y cuidar de mis hijos al fin.
Me llamaron promiscua por una razón y solo una,
Porque el pueblo era promiscuo y yo era parte de ese
pueblo.
Ahora todas las generaciones me llamarán bendecida y restaurada por tu amor.
¡No hagan imagen de Dios en la imagen de ningún hombre!
¡Solo Dios es perfecto y verdaderamente diverso!
martes, 8 de marzo de 2022
¿Qué quieres que haga por ti?
Marcos 10:46-52
El ciego Bartimeo
Me
llaman Bartimeo, el hijo de Timeo. Pero Timeo y mi madre me engendraron ciego.
Nunca había visto la luz, no sabía lo que era un color, nunca conocí un rostro,
no sabía lo que era una sonrisa. Mi mundo era un mundo pobre, no solo porque no
tenía la vista, pero tampoco otras riquezas estaban a mi alcance. Una familia
que pronto se deshizo de mí porque mi propia ceguera los acusaba. Una ciudad
que me expulsaba porque mi presencia era la marca de la debilidad. Así era mi
vida, al costado del camino, en la antigua Jericó de Rahab, la de los muros
tumbados, la reconstruida a precio de sangre, bendita y maldita Jericó.
Maldita, para mí, desde mi cuna, aunque ni cuna me dieron.
Pobreza
es la falta de afecto, la falta de cuidado, la falta de misericordia, y de esa
pobreza me quejo más que de la falta de vista. Me hicieron pobre y mendigo, me
redujeron a ser una piedra al costado del camino, lo que sobra, lo que no es.
El testigo ciego de la ambición y el prejuicio, el obligado parásito de la
caridad ajena, el molesto pedigüeño en el cual descargar enojos y burlas. De
vez en cuando, la limosna denigrante con la cual alguno que otro que se creía
generoso cumplidor de la ley me daba a comer pan de lágrimas, lágrimas de los
ojos negados.
Pensar
que el ciego era yo, pero eran ellos los que no me veían, no veían al ser humano
que yo soy, no sabían de mis sueños sin imágenes, de mis deseos sin respuesta,
de los sufrimientos del desamor. Y yo, aunque ciego, veía; veía la soberbia de
los mediocres, el legalismo que expulsa, la dolorosa enfermedad de los que se
creen sanos porque ven, pero no ven su propio pecado, que es la peor
enfermedad. Ciego y pobre, pero no tan ciego y pobre como algunos ricos
videntes. La vida me tiró al lugar de la pobreza, pero lo que me faltó en
bienes me sobraba en experiencias, no siempre las mejores.
Ciego
no significa sordo. Y escuchaba a los transeúntes de las mil caravanas, que
pasaban de largo. Enriquecía mi pobre mundo con los sonidos y las voces, con
los cuentos a medias que me llegaban, con los comentarios al pasar. Y entre
esas historias comenzó a resonar una y otra vez un nombre, un tal Jesús.
Galileos
en camino al templo lo nombraban una y otra vez. Aparecía en muchas historias:
que a su voz se produjo la más maravillosa pesca en el lago, que alimentó a una
multitud con solo unos pocos panes, que curó a un hombre de mano tullida, a una
mujer encorvada, a otra con flujo de sangre. Diez leprosos habían sido
limpiados por su palabra. Otros decían que un paralítico había caminado en
Jerusalén, cerca del estanque de Siloé, que los demonios huían ante su voz y
presencia. Incluso que una niña había sido resucitada. Y, sí, también, que
había vuelto la vista a los ciegos. Yo escuchaba esas historias, y ¡cómo quería
creerlas!
Había
también otras voces: las de los fariseos que lo acusaban de quebrantar la ley,
de no guardar las formas ni el sábado, de rodearse de pobres y rústicos, de
publicanos y prostitutas, es decir, de andar entre gente como yo, herida de
impureza. Se ensañaban con su manera de enseñar, con el mensaje ambiguo de sus
parábolas, se sentían ofendidos por su manera de contestarles, por anunciar un
Reino de pobres y niños, de los que ellos serían excluidos.
Ocasionalmente,
cuando alguno con un poco más de simpatía se detenía cerca mío, aprovechaba
para preguntar. Y así me enteré que se creía que era descendiente del rey
David, que había sido bautizado por Juan, y que en ese momento se había
manifestado la voz de Dios. Los rumores anunciaban que era un profeta de los
antiguos, al estilo de Jeremías o el mismísimo Elías vuelto a la tierra. Una
vez pasó un seguidor de Juan, el profeta bautizador que había sido asesinado
por Herodes. Ese sí me trató bien; incluso me regaló la capa que tenía, porque
decía que eso era lo que Juan enseñaba. Y que Jesús era el que Juan había
anunciado. Me dijo que Juan, cuando estaba en la cárcel, le había enviado a él
y a otro de sus seguidores a encontrarse con Jesús para preguntarle si él era
el Mesías, o tenían que esperar a otro. Y que Jesús no les había respondido
directamente, sino, y el hombre lo recordaba bien, que: “Los ciegos
ven, los cojos andan, los leprosos son limpiados, los sordos oyen, los muertos
son resucitados, y a los pobres es anunciado el evangelio”. Aquellas cosas que
yo mismo oía en los comentarios de los viajeros, y que eran mi propio anhelo,
el más profundo de mis reclamos, el más soñado de mis sueños. “¡Ah, si eso
fuera cierto!”, me decía. Y si fuera cierto, llegue a la conclusión, sería el
Mesías. Y si es el mesías, tarde o temprano vendrá a Jerusalén y tendrá que
pasar por Jericó, y yo tendré oportunidad de pedirle que, como a otros, me dé
la vista.
Y
efectivamente el día llegó. Escuché los rumores, preparé mi alma. Era la
oportunidad de mi vida, y no la iba a perder. Así que cuando supe que estaba
cerca, comencé a llamarlo, a llamarlo desde lo que quería creer: “Jesús, hijo
de David”. No faltó el que me quiso hacer callar. Pero ¡cómo me iba a callar!
Tenía que hacer sonar mi voz más que otras voces. Si algo cierto había en
Jesús, en lo que había escuchado de él, me tenía que oír, tenía que oír al
ciego, al pobre, al dolido. Ese era el Jesús que imaginaba mi ciega
imaginación.
Y
me oyó, y me hizo acercar. Salté como un resorte. Allá voló la capa que me
había regalado el discípulo de Juan. Guiado por las voces corrí a su encuentro,
en el último acto de mi ceguera. Y entonces esa pregunta insólita: “¿qué
quieres que haga por ti?” Por un momento dudé; acaso, si es el mesías, ¿no
debería saber mi necesidad?; acaso no es evidente que soy ciego, y que lo que
más anhelo es ver. ¿Por qué me tiene que preguntar lo que es obvio? Pero no
dudé en la respuesta: “Maestro, que vea”, le dije, remarcando lo obvio. Ustedes
ya saben el resultado, porque ahora veo.
Pero
volví una y otra vez a la insólita pregunta. Y me di cuenta que en ella estaba
encerrado todo el secreto de la libertad humana. Jesús no pensó por mí; él me
hizo expresar mi propio deseo, decir mi propio anhelo. Me hizo hacer lo que
siempre quise hacer. Cuando los otros me habían mandado a callar, él me hizo
hablar. Cuando los otros me tenían al costado, él me puso en el centro,
haciéndome decir mi propio sentir. Cuando los otros me despreciaron, el me
mostró aprecio, y me quiso escuchar. Cuando para otros era simplemente una cosa
más al costado del camino, para él fui el ser humano que puede decir lo que
quiere desde su propia dignidad. No pensó por mí, no habló por mí, no decidió
por mí: me dio lugar para mi propio deseo, mi propia voz, mi propia decisión;
el ciego del costado del camino piensa, habla, decide lo que quiere frente al
Hijo de David. Yo fui la autoridad, él se puso a mi servicio: “¿qué quieres que
haga por ti?”
Y
cumplió con mi pedido, pero no lo hizo sin mí, lo hizo con mi fe. Me salvó. Me
salvó de la indignidad, del oprobio y la burla, de la pobreza que descalifica,
del desamor que excluye. Esa tonta pregunta fue la más profunda de todas, la
que verdaderamente mostró porqué es el Mesías. Porque antes de darme la vista,
me había devuelto la palabra, me había devuelto la dignidad, me había hecho
humano de nuevo.
viernes, 4 de marzo de 2022
¿Rechazado, menospreciado?
Mateo, seguidor de Jesús
Lucas 5:27-32
En esta historia de vida, la de un odiado y
despreciado cobrador de impuestos, Leví o Mateo, resaltan varios temas
conectados entre sí:
La relación entre salir y
ver.
Los seres humanos de carne y
hueso.
El cruce de fronteras.
La llamada al Seguimiento.
El costo del Seguimiento.
La solidaridad con los
marginados y excluidos.
Jesús, para encontrarse con Leví o Mateo, tuvo que salir.
Fue a orillas del lago de Galilea, encontró a Mateo sentado en su espacio de
marginado y despreciado, y allí le hizo la invitación al seguimiento.
La estrecha relación entre salir y ver se nota en el
relato de los evangelios. Lucas utiliza particularmente un verbo bastante
enfático (theaomai), para la acción de ver, indicando que se trató de
una manera ver profunda o fuera de lo común, intencional, de ver más allá de la
superficie o de la epidermis.
Esta acción de Jesús plantea para varios asuntos
relacionados con la teología y la misión: Para ver a un despreciado, se tiene que salir de la
comodidad del mundo en el que uno está situado, rompiendo con los prejuicios
sociales, culturales y religiosos que nos impiden ver la realidad en toda su
crudeza e insulto al Dios de la Vida.
Jesús no fue entonces un religioso balconizado, uno
de aquellos que observan la realidad desde su cómoda posición en un balcón,
sino que se atrevió a salir, a bajar, para identificarse y comprometerse con
personas como un odiado y despreciado cobrador de impuestos.
Él fue hombre del camino.
Uno de aquellos para quien el ser humano concreto tiene más valor que los
prejuicios que desfiguran el propósito liberador y humanizador de Dios.
Fue
en el camino en dónde encontró a su discípulos y les hizo el llamado al
seguimiento. Fue en la cotidianidad de la vida que se relacionó con ellos.
La práctica misionera
entonces, para que sea contextual y, por lo tanto, pertinente, eficaz y
eficiente, tiene que hundir sus raíces en el marco temporal en el que los
marginados y excluidos sueñan, lucha, lloran y se alegran.
Como en el caso de Leví o
Mateo, los seres humanos no son cuerpos anónimos, sin identidad precisa, sin
historia de vida o sin lazos familiares o relaciones humanas significativas.
Todos los seres humanos,
cualquiera sea la realidad en la que se encuentren, tienen una historia
personal, raíces familiares, rostro definido, y necesidades materiales y
espirituales específicas.
Esta fue precisamente la
condición de Mateo: Tenía un nombre, una nacionalidad, un oficio y lazos
familiares conocidos. No era un nadie, aunque así lo trataban, ni un personaje
anónimo. Lucas y los otros evangelios
indican claramente que Jesús no lo vio, trató o valoró como lo hacían sus
contemporáneos. Lo vio, trató y valoró como un ser humano digno de ser amado y
de ser invitado a formar parte de la comunidad mesiánica que él estaba
comenzando.
De esa manera, rompió con
todo aquello que había convertido a Mateo en una escoria social debido a su
condición de funcionario del imperio romano, traidor de su pueblo,
extorsionador y ladrón. La pregunta para nosotros tiene dos vertientes:
¿Somos personas de balcón o del camino? ¿Cómo vemos, valoramos y tratamos a las
personas que están condenadas al ostracismo social?
En la misión, para cambiar las situaciones de
opresión, tenemos que insertarnos en la realidad material que se tiene que
cambiar y sintonizar con el pueblo de a pie. Esto no será posible sino
conocemos su lenguaje, la forma en que se relacionan y sus luchas y esperanzas.
La misión exige entonces cruce de fronteras. Esto fue
lo que hizo Jesús cuando encontró a Mateo. Jesús se atrevió a cruzar fronteras que estaban
vedadas en su tiempo. Sabiendo que Mateo estaba considerado como un traidor,
extorsionador, ladrón y un despreciable personaje, lo buscó y le invitó a dejar
su trabajo habitual y a integrarse a la comunidad mesiánica.
Jesús sabía que no podía relacionarse con un pecador
público, menos entrar en su casa, y menos aún intimar con él y con otros
despreciables como él. Pero lo hizo, cuestionando así los prejuicios
socialmente aceptados de su tiempo.
Esta acción de Jesús no fue nada casual. Fue
intencional. Apuntaba a dejar claramente establecido que en la comunidad
mesiánica todo eran aceptados, incluso, un marginado como Mateo.
La demanda es clara. Cuando se cruza fronteras, el
riesgo es una inserción profunda en las avenidas en las cuales caminan los
pobres, los indefensos y los desposeídos. En otras palabras, una conversión al
mundo de los desvalidos, conversión que se expresa en una transformación
radical del estilo de vida.
La exigencia es entonces
cruce de todas las fronteras que separan a las personas, entre ellas, las
subculturas presentes en nuestras sociedades.
La llamada al seguimiento tiene lugar en el espacio
en el que Mateo pasaba la mayor parte del tiempo: su lugar de marginado.
La iniciativa en la llamada al seguimiento siempre la
tiene Jesús. Jesús
escogió deliberadamente a Mateo. Las palabras utilizadas en el relato (akolouthei
moi, sígueme) indican que no se trataba de una invitación ocasional,
opcional o que se podía postergar. Fue un imperativo
La respuesta de Mateo expresa tanto la reputación que
tenía Jesús como la disposición de Mateo. Esta persona salía así del ostracismo
social para incorporarse a una comunidad de iguales.
La llamada de Jesús tenía como correlato la redención
social de este odiado y despreciado publicano. Él pasaba de ser un paria a ser
una persona con valor y dignidad como los otros discípulos de Jesús.
De esa manera, la comunidad de Jesús, se convierte en
una sociedad alternativa que dignifica a seres humanos como Mateo y que camina
en dirección contraria a la sociedad circundante.
El seguimiento tiene un costo preciso. Para Mateo
significó dejar su oficio de cobrador de impuestos, reorientar su vida y
comenzar un peregrinaje colectivo con otros que habían sido marginados como él.
Dejó su oficio lucrativo de cobrador de impuestos,
renunció a lo que más amaba (dinero) y tuvo que dejar a un lado todo apego
exagerado por los bienes materiales.
El seguimiento entonces demanda renunciar al círculo
vital que nos proporciona seguridad y nos da un nombre, cierto prestigio y el
poder temporal.
El desafío para todo nosotros es preguntarnos a qué
hemos tenido que renunciar y preguntarnos también si estamos utilizando el
evangelio y la iglesia como una mercancía para obtener recursos económicas,
ganar prestigio o acceder a los espacios de poder.
El seguimiento es riesgo, renuncia y apostar por una
vida distinta a la que se nos ofrece en la sociedad circundante.
La solidaridad activa y visible con los sectores
sociales ignorados por la historia oficial destaca también en el relato de la
invitación al seguimiento a Mateo.
Mateo en señal de gratitud invitó a Jesús a su casa,
hizo un banquete e invitó a otros como él a esa fiesta.
Jesús
aceptó la invitación, entró a la casa de un conocido pecador público, se sentó
a la mesa con otros pecadores e intimó con ellos.
Las acciones de Jesús provocaron la airada crítica de
los religiosos que no toleraban que un galileo cuestione las reglas socialmente
aceptadas de marginación y exclusión. La pregunta y el desafío para nosotros es: ¿Hasta qué
punto estamos dispuestos a identificarnos visiblemente con los marginados y
excluidos del mundo.
La otra pregunta y desafío
es: ¿A qué tenemos que renunciar para asociarnos con
aquellos que están en el desván de las relaciones sociales?
Finalmente, ¿estamos dispuestos a asumir el costo del
seguimiento a Jesús en nuestros contextos de misión particulares?
Prisionera de guerra
Naamán el Sirio y la niña
esclava prisionera de guerra
2 Reyes 5:1-27
El arte narrativo del
autor muestra su gran sentido del humor y una fina ironía: el varón grande,
valeroso, general del ejército y valioso para su nación padece de una
enfermedad de la piel. El aparato real y la burocracia que se mueven para
lograr su sanidad sobrepasan en mucho a las proporciones de la enfermedad. Sin
embargo, para Naamán y todo su pueblo,
el asunto es de suma importancia; los regalos para el profeta de Samaria así lo
demuestran: treinta mil monedad de plata, seis mil monedad de oro y diez trajes
nuevos de tela muy fina.
Esa enfermedad y la
gran figura del enfermo causan revuelo en Israel y su corte real. En contraste,
el texto presenta a una niña prisionera. Ella no sirve al rey, sino a la esposa
de Naamán. No llego con la pompa de Naamán, rodeada de dignidad y poder, sino
como una esclava de guerra. Pertenecía a la nación conquistada y siempre
permaneció en el anonimato. Pero esa niña fue el instrumento divino para lograr
la salvación del general.
Se imagina usted a una
niña esclava dándole un consejo a la esposa del hombre fuerte de Siria. La
Biblia no menciona el nombre de ella, pero sí narra acerca de su fe en el Dios
que ella amaba y cómo el Señor podía sanar a su amo a través del profeta
Eliseo:
“Y de Siria habían
salido bandas armadas, y habían llevado cautiva de la tierra de Israel a una
muchacha la cual servía a la mujer de Naamán. Esta dijo a su señora: Si rogase
mi señor al profeta que está en Samaria, él lo sanaría de su lepra” (2 Reyes
5:2-3).
Esta niña era sierva de
la esposa del hombre más poderoso del ejército sirio; sin embargo, este
caballero se había contagiado de lepra. Una enfermedad que produce llagas,
deforma el cuerpo, ataca el sistema nervioso, y es altamente contagiosa, lo que
provoca que el enfermo tenga que ser aislado de su familia y de la sociedad.
Por todo esto, Naamán
estaba angustiado, necesitaba un “milagro”, por eso la niña habló con su ama y
le dijo esa frase que cambiaría la vida de su esposo: “Si rogase mi señor al
profeta que está en Samaria, él lo sanaría de su lepra”.
La jovencita estaba
preocupada y externó su ternura, compasión por el estado de salud de su amo.
Ella no tuvo dificultad en creer que Dios era el único que podía sanarlo.
Naamán obedeció y fue a
buscar al profeta Eliseo, el cual no salió a atenderlo, pero a través de un
siervo le dijo que fuera a zambullirse siete veces, en el Río Jordán y así Dios
lo sanaría. Su ego nacionalista le impide ver que Israel tuviera algo mejor que
Siria. Y cuando está a punto de perder la posibilidad de sanidad y nueva vida,
otra vez se levantan los de abajo, sus esclavos, para hacerlo entrar en razón.
Esta receta no le gustó
al hombre fuerte de Siria pero, pese a que la cuestionó, hizo conforme a lo que
le dijo el varón de Dios. Cuando Naamán se sumergió la séptima vez en el río,
su piel le fue restaurada: “su carne se volvió como la carne de un niño y quedó
limpio” (2 Reyes 5:14).
Todos los tratamientos,
visitas al médico, diagnósticos y la desesperanza quedaron sepultados en el
fondo del Jordán. Cuando emergió del agua, un hombre nuevo salió a flote: ¡Dios
lo había sanado de manera inmediata! Todo conforme al consejo que le había dado
el profeta Eliseo, gracias a la recomendación que le hizo la esclava de su
esposa.
Ese día, Naamán se
volvió un creyente: “...He aquí ahora conozco que no hay Dios en toda la
tierra, sino en Israel” (2 Reyes 5:15a).
1. La fe de la sierva
de Naamán fue exaltada por Dios, su compasión y amor por el prójimo hizo que
este hombre creyera en el único Dios verdadero.
2. La fe no depende de
la madurez cristiana, sino de una disposición de creerle a Dios.
3. La fe, la obediencia
y creer en el poder de Dios fueron la clave para que Naamán sanara mediante un
“método” sencillo.
Un extranjero, miembro
de una nación enemiga de Israel recibe salud del Dios de Israel.
Jesús hace mención de
este relato cuando menciona que en Israel en tiempos del profeta Eliseo había
muchos que padecían lepra pero ninguno de ellos fue limpiado, solo sana al
extranjero, Naamán el sirio. Lucas 4:27
Las cortes reales de Siria e Israel, que debían ser centros de decisiones sabias y efectivas, quedan desenmascaradas por las palabras y consejos de la niña. Los reyes no saben dónde encontrar la respuesta al problema; la niña sí.
jueves, 3 de marzo de 2022
Jesús y la Viuda de Naín
Jesús y la Viuda de Naín
La viuda de Naín, el personaje central de esta
historia, era triplemente marginada por ser mujer, viuda y por depender de la
caridad pública para su sustento debido a la orfandad total en la que se
quedaba debido a su viudez y a la pérdida de su único hijo.
El futuro inmediato de esta mujer era incierto. Se quedaba sin nada y
tenía que depender de otros para seguir viviendo.
Fue en esas circunstancias que Jesús la encontró o que ella se encontró
con Jesús.
El relato tiene tres momentos claves:
- a) El problema concreto.
- b) La compasión de
Jesús.
- c) La alegría de una
indefensa.
Esto tres momentos articulan una propuesta liberadora integral en favor
de los indefensos del mundo.
Una mujer viuda condenada al desamparo y a la
pobreza.
Ella, como mujer viuda,
tenía pocas posibilidades de sobrevivir. Su futura era incierto sombrío.
La situación en la que se
encontraba la mujer viuda explica tanto la compasión de Jesús como las palabras
aparentemente ofensivas de Jesús: No llores (7:13).
La compasión de Jesús se expresó no solo en palabras sino también en
gestos liberadores.
Las palabras de Jesús, no llores, no fueron
palabras de descortesía ni incomprensión del problema concreto que afectaba a
la mujer viuda.
Fueron palabras de esperanza a quien no tenía
esperanza sino un futuro sombrío.
Pero Jesús hizo algo más: tocó el féretro. (7:14). Es decir,
asumió el riesgo de ser declarado una persona ceremonialmente impura.
La compasión de Jesús se expresó además en una acción pública inusual: le
habló a un muerto como estuviera vivo. Estas fueron sus palabras luego de tocar
el féretro: Joven, a ti te digo, levántate (7:14).
Ocurrió entonces algo extraordinario: el muerto le escuchó, obedeció, se
levantó del féretro y habló. De acuerdo a Lucas: Entonces se incorporó el
que había muerto, y comenzó a hablar (7:15).
Jesús demuestra así que es el Señor de la vida y quien da vida.
Lucas termina el relato con dos datos altamente
significativos.
El primero de ellos es el gesto visible de Jesús
hacía la mujer viuda: Y lo dio a su madre (7:15). Lo que indica que no
solo el muchacho volvió a la vida, sino también la misma madre (mujer y viuda)
resucitó socialmente. Fue entonces un doble milagro, dos personas resucitaron,
y recuperaron la alegría y la esperanza.
El segundo dato es que los
testigos de este milagro al unísono decían: Dios ha visitado a su pueblo
(7:16).
Así había sido en efecto. El reino de vida ya estaba
en acción en la historia.
Los beneficiarios eran todos y, especialmente,
quienes estaban en la periferia de la sociedad.
Se trataba de un reino de vida que confrontaba
directamente a las fuerzas de la muerte, a la anti-vida, a las opresiones que
desfiguraban el propósito de vida y de justicia de Dios.
El desafío y la pregunta para nosotros puede
precisarse con estas palabras: Si Jesús no fue indiferente ni insensible frente
a la situación de carencias y desamparo en la que quedada esta mujer vida,
¿Cómo tenemos que responder a las diversas situaciones de desamparo y carencias
en las que encuentran cientos de personas y de familias condenadas a la
pobreza?
Desde otro ángulo: ¿De qué maneras tiene que
expresarse la compasión cristiana en realidades de carencia, desamparo y
desesperanza?
Esta historia nos recuerda que cuando los frágiles se
encuentran con el reino de vida de Jesús, la alegría que ese encuentro produce
transforma las condiciones materiales en las que viven y les transmite un amor
por la vida que nadie les puede arrebatar.
Los frágiles tienen entonces en Jesús a su go´el,
su vindicador, el que saca la cara por ellos y el que los defiende y libera de
todas las violencias. Los frágiles saben que Jesús tiene poder para derrotar a
la muerte y a la miseria.
miércoles, 2 de marzo de 2022
Los amigos de Daniel
Lectura: Daniel 3:10-26
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Introducción:
En esta parte del texto
el rey Nabucodonosor manda levantar una estatua de oro y ordena que todos, bajo
pena de muerte, le tributen culto cuando dé la señal. Los tres compañeros desafían
el decreto real permaneciendo leales a su fe. Entonces los tres judíos son
arrojados al horno de fuego ardiente pero las llamas no les causan daño. Cuando
el rey ve lo sucedido, manda que los tres hombres salgan del horno y rinde
homenaje a su Dios.
Unidos
ante la muerte
Este relato
era particularmente significativo para
los judíos del siglo II a. C. porque Antíoco
IV había mandado
erigir en el
templo de Jerusalén
la imagen de
Zeus Olímpico. Esta
imagen era «la horrible
abominación» a que se
hace referencia en 1 Mac
1, 54; Dan 9, 27; 11, 31, y el símbolo
del poder romano que profanaría el templo
(«la abominación de la
desolación» de Mt
24, 15 y
Me 13, 14).
El autor parece conocer
«la llanura de Dura» (3,1), y la tradición de un ídolo monumental erigido en
Babilonia puede basarse en un recuerdo real. Pero la enumeración de los
funcionarios del rey (3,2-3) utiliza títulos propios de un Irán helenizado y la
orquesta (3,5.7.15) recoge instrumentos con nombres fenicios y griegos.
El no participar en
este culto imperial equivale a llegar a terminar la vida en la hoguera. En vez
de ‘horno’ sería mejor traducir ‘crematorio’, palabra que le da su verdadera
dimensión al relato.
La respuesta de los
jóvenes está en 1 persona del plural, no vacilaron en su respuesta al decreto
del rey si debían obedecer o no. No pensaron en una respuesta evasiva cuando se
requirió una respuesta directa. Dios si quiere puede salvarlos del horno
ardiente, pero si Dios no quiere, ellos no darán culto a la estatua que ha
mandado hacer el rey.
Como dice Di
Lella, Dejan a Dios
ser Dios. No
intentan controlar a
Dios. Sólo Dios es
el único que
decide si quiere
intervenir milagrosamente en
los asuntos humanos,
y cuándo lo quiere.
Esperar otra cosa
es hacer de
Dios un recurso
que exonera de todo trabajo
o una conveniencia celestial que
está a nuestra
disposición.
En la composición
narrativa de este capítulo resulta que el autor sabe lo que para estos 3
combatientes vendrá después, pero sus actores no. ¡No es porque ellos sepan que
la hoguera no será el final de sus vidas que se atreven a desobedecer el
decreto del rey! Ni siquiera saben si su Dios es capaz de rescatarlos del fuego
o no, hay incertidumbre al respecto. Pero, lo que sucederá después no puede y
no debe de alguna manera alterar lo que ahora deben hacer. El verdadero
martirio siempre es incondicional: “no adoraremos a tus dioses, ni tampoco a tu
estatua”.
Los tres confesores son
arrojados al horno de fuego ardiente con sus mantos, sus calzas, sus turbantes
y sus vestidos. Los soldados más
fuertes del rey son
consumidos por el
mismo fuego que hicieron para
quemar a los
tres judíos aparentemente indefensos. Pero
«estos tres hombres
cayeron atados en medio
del horno de fuego ardiente»
y «se paseaban
en medio de
las llamas, alabando
a Dios y bendiciendo al
Señor»
Estamos firmes en las
promesas de Dios? Nos encuentra diciendo lo mismo como familia en estos días. Si
él está con nosotros no tenemos que temer lo que nos pueda hacer el hombre. Dios
nos librará sea de la muerte o por medio de la muerte.
En lo que sigue se nos
dará a conocer cuál es el resultado de la presencia de los tres en el
crematorio. Es una inversión triple: en vez de ser un lugar donde la vida de
los adversarios termina para siempre y en vez de ser un lugar que procura la
purificación del imperio, el crematorio se torna lugar de espanto para el mismo
dictador. Los tres no mueren. Se termina la ausencia de aquel Dios que hasta
ahora sólo se había hablado.
Aquí es importante que
vida y muerte cambien de destinatarios. Es impactante ver que en todo el episodio
el Dios de los judíos aparece sólo en el crematorio. Para los combatientes es
suficiente porque es el único lugar que importa ahora: el lugar de su martirio.
En nuestro texto
estuvimos presenciando los primeros momentos de la articulación del concepto de
la resurrección como respuesta a los combatientes en la resistencia, aquí
antiseléucida; después contra los demás opresores de turno (incluyendo a los
Macabeos/ Hasmoneos) de la época intertestamentaria.
Conclusión
Que Nabucodonosor
caliente su horno como pueda que unos pocos minutos durará el tormento de los
que fueron arrojados dentro.
Los tres judíos no
fueron salvados de las llamas sino fueron salvados en medio de las llamas. En
la tradición posterior, en especial en la literatura apocalíptica, el fuego y
‘el horno’ llegan a constituirse en el lugar del juicio final por excelencia.
El hecho de que
los judíos sean
fieles hasta el
grado extremo de la muerte no
condiciona para nada
a Dios. Dios
es absolutamente libre
de obrar como
quiera.
Los que sufren por
Cristo tienen su presencia en sus sufrimientos aún en el horno ardiendo, y en
el valle de sombra de muerte. El Padre
que no se
guardó a su
propio Hijo, sino que
lo entregó, capacitará
a los creyentes
para trascender o ir
más allá de
sus instintos naturales, eligiendo la
muerte, a ceder
a las exigencias
inmorales del Estado.
El
relato de los
tres confesores pone
de manifiesto que la
lealtad a Dios
es más importante y,
a la postre,
más significativa que
la prolongación de la
vida y la
prosperidad social y
económica adquiridas a expensas de
los principios religiosos.
Que Dios nos ayude y capacite para permanecer fieles
en momentos de gran dificultad en las que nos tocará atravesar en los lugares
que nos desenvolvemos.
Miqueas-Esperanza para las naciones
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Miqueas, es el sexto de
los doce profetas menores, tuvo un nombre que significa ¿Quién es semejante a
Jehová? O ¿Quién es como Dios?
Nació en Moreset-Gat,
una dependencia de Gat, que está a 40 km aproximadamente al sud oeste de
Jerusalém, era naturalmente del campo y su perspectiva fue campesina, debe
haber tenido una personalidad muy notable, tenía convicciones bien fuertes y
mostró un gran valor.
El secreto de su poder
se revela en 3:8 Mas yo estoy lleno de poder del Espíritu de
Jehová, y de juicio y de fuerza, para denunciar a Jacob su rebelión, y a Israel
su pecado.
Como un verdadero
patriota y predicador fiel descubrió valerosamente el pecado y señaló a Cristo.
Era preeminentemente un profeta de los pobres y un amigo de los oprimidos.
Miqueas profetizó en los días de Jotam, Acaz y Ezequías, fue contemporáneo de
Isaías.
Bajo Jotam reinó un
lujo espléndido. Su ambición de construir fortalezas y palacios en Jerusalén
costó la vida de muchos campesinos. Bajo Acaz Judá fue obligada a pagar tributo
a Asiria. Los hacendados egoístas y avaros usaban su poder para oprimir confiscando
bienes de los pobres y aun echando mano de la casa de las viudas. Se
perpetraron toda clase de crímenes, devorando los ricos a las clases humildes como las ovejas comen la yerba. Bajo
Ezequías, que procuró reformar el estado, las condiciones se hicieron aún más
desesperadas. Los hombres dejaron de
confiar el uno en el otro, Jerusalém de llenó de facciones e intrigas. Los
consejeros del rey se dividieron en la política, algunos abogando por alianza
con Egipto contra Asiria, otros por sumisión a Asiria. Los custodios de la ley
abusaron de sus poderes; los nobles robaron a los pobres, los jueces aceptaron
cohecho, los profetas adularon a los ricos, y los sacerdotes enseñaban por
sueldo. La codicia de las riquezas dominaba por todos lados. El comercialismo y
el materialismo suplantaron casi el último vestigio de lo ético y lo
espiritual.
Esta realidad bíblica
no está lejos de la realidad que se vive acá en Santa Cruz-Bolivia, donde la
corrupción está enraizada en todas las estructuras sociales de la ciudad, donde
los jueces no dictan sentencias justas para las personas y no hay juicio si no
se les paga lo que ellos piden, donde la violencia se ha elevado en estos días
de cuarentena y nadie dice nada, niñas que han sufrido maltrato sexual pero la
gente se moviliza más por un animal que se ha sido llevado a un zoológico y
cierran su oído y ojos para otras atrocidades.
Cuando la salud ha
colapsado en todos los centros de atención y se evidencia la falta de inversión
pública para la atención de las personas, el personal mismo sufre la falta de
insumos y la precariedad del sistema, muchos han muerto en las puertas de los
centro de salud sin ser atendidos, mientras vemos que gente adinerada que está
en los cargos de poder tienen dinero para ser atendidos en clínicas privadas
sin ningún problema y el pueblo sigue sufriendo y muriendo.
El sistema educativo a
la vez no puede avanzar en este tiempo de pandemia por la falta de recursos
tecnológicos, formación de profesores, acceso a internet en zonas rurales e
incluso en zonas alejadas de la misma ciudad.
La esperanza comienza
con el famoso oráculo que dice:
Sucederá en días
futuros que el monte de la Casa de Yavé será asentado en la cima de los montes,
y se alzará por encima de las colinas. Y afluirán a él los pueblos, acudirán
naciones numerosas y dirán: “Venid, subamos al monte de Yavé, a la Casa del
Dios de Jacob, para que nos enseñe sus caminos, y nosotros sigamos sus
senderos”. Pues de Sion saldrá la ley, y la palabra de Yavé de Jerusalén
(4,1-2).
En contraposición a una
situación de opresión, de dirigentes corruptos, de jueces que aceptan dinero,
de jueces que cierran su oído a la voz divina, se nos presenta una nueva
realidad donde el reinado de Dios se pone de manifiesto en sentencias justas, de
paz y justicia. Dios mismo impartirá su instrucción.
En 5,1-5 podemos ver la
promesa de un rey que saldrá del campo para liderar al pueblo de Israel, como
antaño salió David. Probablemente por el antecedente davídico que tiene, esta
visión, que suponemos proviene del profeta mismo, es retomada como promesa en
el libro para la comunidad. El texto tiene aires mesiánicos. Miqueas prevé un
nuevo gobernante. Este saldrá de la aldea más insignificante de Judá, de donde
nadie sería reclutado para participar del poder del Estado. Y donde
probablemente también nadie estaría corrompido por el bacilo del poder.
¿Qué Dios hay como tú,
que perdone la maldad y pase por alto el delito del remanente
de su pueblo? No siempre estarás airado, porque tu mayor placer es
amar. Vuelve a compadecerte de nosotros. y arroja al fondo del mar todos
nuestros pecados. Muestra tu fidelidad a Jacob, y tu lealtad a Abraham,
como desde tiempos antiguos se lo juraste a nuestros antepasados.
Miq 7:18-20
Yavé sigue siendo el
Dios de Israel. Israel ha sido avergonzado con las calamidades de los últimos
tiempos, porque Yavé estaba castigándolo por sus pecados y, una vez pagada su
culpa, lo perdonará y devolverá a un estado que será la admiración de las
naciones de la tierra.
Esto lo vemos cumplido
en la persona de Cristo Jesús, en quien tenemos redención y perdón de nuestros
pecados, quien llevó nuestras culpas en la cruz del calvario, que es nuestro
abogado cuando pecamos y día tras día está a la diestra del Padre intercediendo
por nosotros. El que nos invita a tomar su cruz cada día y seguirle, si estamos
trabajados y cansados podemos ir a él y encontrar consuelo, descanso, refugio y
paz.
Este Jesús es el que
nos ha llamado y nos ordena seguir predicando que el reino de los cielos se ha
acercado, que su Espíritu Santo nos ayuda todos los días con el poder de su
fuerza para ser testigos de su mensaje y amor donde sea que estemos.
En estos tiempos tan
difíciles para toda la humanidad se nos presenta la oportunidad de mostrar misericordia,
de amar, de ser bondadosos, donde muchos han mostrado su generosidad
compartiendo alimentos para los más necesitados, la iglesia de Cristo se ha de
extender y mostrar con acciones concretas que vivimos de acuerdo a su mensaje, porque hoy en día nadie rechaza una oración
elevada al creador.
Sigamos firmes y
adelante con la confianza que nada es en vano de lo que hacemos en esta tierra.
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