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viernes, 4 de marzo de 2022

¿Rechazado, menospreciado?

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Mateo, seguidor de Jesús 

Lucas 5:27-32


En esta historia de vida, la de un odiado y despreciado cobrador de impuestos, Leví o Mateo, resaltan varios temas conectados entre sí:

La relación entre salir y ver.

Los seres humanos de carne y hueso.

El cruce de fronteras.

La llamada al Seguimiento.

El costo del Seguimiento.

La solidaridad con los marginados y excluidos.

Jesús, para encontrarse con Leví o Mateo, tuvo que salir. Fue a orillas del lago de Galilea, encontró a Mateo sentado en su espacio de marginado y despreciado, y allí le hizo la invitación al seguimiento.

La estrecha relación entre salir y ver se nota en el relato de los evangelios. Lucas utiliza particularmente un verbo bastante enfático (theaomai), para la acción de ver, indicando que se trató de una manera ver profunda o fuera de lo común, intencional, de ver más allá de la superficie o de la epidermis.

 

Esta acción de Jesús plantea para varios asuntos relacionados con la teología y la misión: Para ver a un despreciado, se tiene que salir de la comodidad del mundo en el que uno está situado, rompiendo con los prejuicios sociales, culturales y religiosos que nos impiden ver la realidad en toda su crudeza e insulto al Dios de la Vida.

Jesús no fue entonces un religioso balconizado, uno de aquellos que observan la realidad desde su cómoda posición en un balcón, sino que se atrevió a salir, a bajar, para identificarse y comprometerse con personas como un odiado y despreciado cobrador de impuestos.

Él fue hombre del camino. Uno de aquellos para quien el ser humano concreto tiene más valor que los prejuicios que desfiguran el propósito liberador y humanizador de Dios. Fue en el camino en dónde encontró a su discípulos y les hizo el llamado al seguimiento. Fue en la cotidianidad de la vida que se relacionó con ellos.

La práctica misionera entonces, para que sea contextual y, por lo tanto, pertinente, eficaz y eficiente, tiene que hundir sus raíces en el marco temporal en el que los marginados y excluidos sueñan, lucha, lloran y se alegran.

Como en el caso de Leví o Mateo, los seres humanos no son cuerpos anónimos, sin identidad precisa, sin historia de vida o sin lazos familiares o relaciones humanas significativas.

Todos los seres humanos, cualquiera sea la realidad en la que se encuentren, tienen una historia personal, raíces familiares, rostro definido, y necesidades materiales y espirituales específicas.

Esta fue precisamente la condición de Mateo: Tenía un nombre, una nacionalidad, un oficio y lazos familiares conocidos. No era un nadie, aunque así lo trataban, ni un personaje anónimo. Lucas y los otros evangelios indican claramente que Jesús no lo vio, trató o valoró como lo hacían sus contemporáneos. Lo vio, trató y valoró como un ser humano digno de ser amado y de ser invitado a formar parte de la comunidad mesiánica que él estaba comenzando.

De esa manera, rompió con todo aquello que había convertido a Mateo en una escoria social debido a su condición de funcionario del imperio romano, traidor de su pueblo, extorsionador y ladrón. La pregunta para nosotros tiene dos vertientes: ¿Somos personas de balcón o del camino? ¿Cómo vemos, valoramos y tratamos a las personas que están condenadas al ostracismo social?

En la misión, para cambiar las situaciones de opresión, tenemos que insertarnos en la realidad material que se tiene que cambiar y sintonizar con el pueblo de a pie. Esto no será posible sino conocemos su lenguaje, la forma en que se relacionan y sus luchas y esperanzas.

La misión exige entonces cruce de fronteras. Esto fue lo que hizo Jesús cuando encontró a Mateo. Jesús se atrevió a cruzar fronteras que estaban vedadas en su tiempo. Sabiendo que Mateo estaba considerado como un traidor, extorsionador, ladrón y un despreciable personaje, lo buscó y le invitó a dejar su trabajo habitual y a integrarse a la comunidad mesiánica.

Jesús sabía que no podía relacionarse con un pecador público, menos entrar en su casa, y menos aún intimar con él y con otros despreciables como él. Pero lo hizo, cuestionando así los prejuicios socialmente aceptados de su tiempo.

Esta acción de Jesús no fue nada casual. Fue intencional. Apuntaba a dejar claramente establecido que en la comunidad mesiánica todo eran aceptados, incluso, un marginado como Mateo.

La demanda es clara. Cuando se cruza fronteras, el riesgo es una inserción profunda en las avenidas en las cuales caminan los pobres, los indefensos y los desposeídos. En otras palabras, una conversión al mundo de los desvalidos, conversión que se expresa en una transformación radical del estilo de vida.

La exigencia es entonces cruce de todas las fronteras que separan a las personas, entre ellas, las subculturas presentes en nuestras sociedades. La llamada al seguimiento tiene lugar en el espacio en el que Mateo pasaba la mayor parte del tiempo: su lugar de marginado.

La iniciativa en la llamada al seguimiento siempre la tiene Jesús. Jesús escogió deliberadamente a Mateo. Las palabras utilizadas en el relato (akolouthei moi, sígueme) indican que no se trataba de una invitación ocasional, opcional o que se podía postergar. Fue un imperativo

La respuesta de Mateo expresa tanto la reputación que tenía Jesús como la disposición de Mateo. Esta persona salía así del ostracismo social para incorporarse a una comunidad de iguales. La llamada de Jesús tenía como correlato la redención social de este odiado y despreciado publicano. Él pasaba de ser un paria a ser una persona con valor y dignidad como los otros discípulos de Jesús.

De esa manera, la comunidad de Jesús, se convierte en una sociedad alternativa que dignifica a seres humanos como Mateo y que camina en dirección contraria a la sociedad circundante.

El seguimiento tiene un costo preciso. Para Mateo significó dejar su oficio de cobrador de impuestos, reorientar su vida y comenzar un peregrinaje colectivo con otros que habían sido marginados como él. Dejó su oficio lucrativo de cobrador de impuestos, renunció a lo que más amaba (dinero) y tuvo que dejar a un lado todo apego exagerado por los bienes materiales.

El seguimiento entonces demanda renunciar al círculo vital que nos proporciona seguridad y nos da un nombre, cierto prestigio y el poder temporal.

El desafío para todo nosotros es preguntarnos a qué hemos tenido que renunciar y preguntarnos también si estamos utilizando el evangelio y la iglesia como una mercancía para obtener recursos económicas, ganar prestigio o acceder a los espacios de poder.

El seguimiento es riesgo, renuncia y apostar por una vida distinta a la que se nos ofrece en la sociedad circundante. La solidaridad activa y visible con los sectores sociales ignorados por la historia oficial destaca también en el relato de la invitación al seguimiento a Mateo.

Mateo en señal de gratitud invitó a Jesús a su casa, hizo un banquete e invitó a otros como él a esa fiesta. Jesús aceptó la invitación, entró a la casa de un conocido pecador público, se sentó a la mesa con otros pecadores e intimó con ellos.

Las acciones de Jesús provocaron la airada crítica de los religiosos que no toleraban que un galileo cuestione las reglas socialmente aceptadas de marginación y exclusión. La pregunta y el desafío para nosotros es: ¿Hasta qué punto estamos dispuestos a identificarnos visiblemente con los marginados y excluidos del mundo.

La otra pregunta y desafío es: ¿A qué tenemos que renunciar para asociarnos con aquellos que están en el desván de las relaciones sociales? Finalmente, ¿estamos dispuestos a asumir el costo del seguimiento a Jesús en nuestros contextos de misión particulares?


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