Lectura: Daniel 3:10-26
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Introducción:
En esta parte del texto
el rey Nabucodonosor manda levantar una estatua de oro y ordena que todos, bajo
pena de muerte, le tributen culto cuando dé la señal. Los tres compañeros desafían
el decreto real permaneciendo leales a su fe. Entonces los tres judíos son
arrojados al horno de fuego ardiente pero las llamas no les causan daño. Cuando
el rey ve lo sucedido, manda que los tres hombres salgan del horno y rinde
homenaje a su Dios.
Unidos
ante la muerte
Este relato
era particularmente significativo para
los judíos del siglo II a. C. porque Antíoco
IV había mandado
erigir en el
templo de Jerusalén
la imagen de
Zeus Olímpico. Esta
imagen era «la horrible
abominación» a que se
hace referencia en 1 Mac
1, 54; Dan 9, 27; 11, 31, y el símbolo
del poder romano que profanaría el templo
(«la abominación de la
desolación» de Mt
24, 15 y
Me 13, 14).
El autor parece conocer
«la llanura de Dura» (3,1), y la tradición de un ídolo monumental erigido en
Babilonia puede basarse en un recuerdo real. Pero la enumeración de los
funcionarios del rey (3,2-3) utiliza títulos propios de un Irán helenizado y la
orquesta (3,5.7.15) recoge instrumentos con nombres fenicios y griegos.
El no participar en
este culto imperial equivale a llegar a terminar la vida en la hoguera. En vez
de ‘horno’ sería mejor traducir ‘crematorio’, palabra que le da su verdadera
dimensión al relato.
La respuesta de los
jóvenes está en 1 persona del plural, no vacilaron en su respuesta al decreto
del rey si debían obedecer o no. No pensaron en una respuesta evasiva cuando se
requirió una respuesta directa. Dios si quiere puede salvarlos del horno
ardiente, pero si Dios no quiere, ellos no darán culto a la estatua que ha
mandado hacer el rey.
Como dice Di
Lella, Dejan a Dios
ser Dios. No
intentan controlar a
Dios. Sólo Dios es
el único que
decide si quiere
intervenir milagrosamente en
los asuntos humanos,
y cuándo lo quiere.
Esperar otra cosa
es hacer de
Dios un recurso
que exonera de todo trabajo
o una conveniencia celestial que
está a nuestra
disposición.
En la composición
narrativa de este capítulo resulta que el autor sabe lo que para estos 3
combatientes vendrá después, pero sus actores no. ¡No es porque ellos sepan que
la hoguera no será el final de sus vidas que se atreven a desobedecer el
decreto del rey! Ni siquiera saben si su Dios es capaz de rescatarlos del fuego
o no, hay incertidumbre al respecto. Pero, lo que sucederá después no puede y
no debe de alguna manera alterar lo que ahora deben hacer. El verdadero
martirio siempre es incondicional: “no adoraremos a tus dioses, ni tampoco a tu
estatua”.
Los tres confesores son
arrojados al horno de fuego ardiente con sus mantos, sus calzas, sus turbantes
y sus vestidos. Los soldados más
fuertes del rey son
consumidos por el
mismo fuego que hicieron para
quemar a los
tres judíos aparentemente indefensos. Pero
«estos tres hombres
cayeron atados en medio
del horno de fuego ardiente»
y «se paseaban
en medio de
las llamas, alabando
a Dios y bendiciendo al
Señor»
Estamos firmes en las
promesas de Dios? Nos encuentra diciendo lo mismo como familia en estos días. Si
él está con nosotros no tenemos que temer lo que nos pueda hacer el hombre. Dios
nos librará sea de la muerte o por medio de la muerte.
En lo que sigue se nos
dará a conocer cuál es el resultado de la presencia de los tres en el
crematorio. Es una inversión triple: en vez de ser un lugar donde la vida de
los adversarios termina para siempre y en vez de ser un lugar que procura la
purificación del imperio, el crematorio se torna lugar de espanto para el mismo
dictador. Los tres no mueren. Se termina la ausencia de aquel Dios que hasta
ahora sólo se había hablado.
Aquí es importante que
vida y muerte cambien de destinatarios. Es impactante ver que en todo el episodio
el Dios de los judíos aparece sólo en el crematorio. Para los combatientes es
suficiente porque es el único lugar que importa ahora: el lugar de su martirio.
En nuestro texto
estuvimos presenciando los primeros momentos de la articulación del concepto de
la resurrección como respuesta a los combatientes en la resistencia, aquí
antiseléucida; después contra los demás opresores de turno (incluyendo a los
Macabeos/ Hasmoneos) de la época intertestamentaria.
Conclusión
Que Nabucodonosor
caliente su horno como pueda que unos pocos minutos durará el tormento de los
que fueron arrojados dentro.
Los tres judíos no
fueron salvados de las llamas sino fueron salvados en medio de las llamas. En
la tradición posterior, en especial en la literatura apocalíptica, el fuego y
‘el horno’ llegan a constituirse en el lugar del juicio final por excelencia.
El hecho de que
los judíos sean
fieles hasta el
grado extremo de la muerte no
condiciona para nada
a Dios. Dios
es absolutamente libre
de obrar como
quiera.
Los que sufren por
Cristo tienen su presencia en sus sufrimientos aún en el horno ardiendo, y en
el valle de sombra de muerte. El Padre
que no se
guardó a su
propio Hijo, sino que
lo entregó, capacitará
a los creyentes
para trascender o ir
más allá de
sus instintos naturales, eligiendo la
muerte, a ceder
a las exigencias
inmorales del Estado.
El
relato de los
tres confesores pone
de manifiesto que la
lealtad a Dios
es más importante y,
a la postre,
más significativa que
la prolongación de la
vida y la
prosperidad social y
económica adquiridas a expensas de
los principios religiosos.
Que Dios nos ayude y capacite para permanecer fieles
en momentos de gran dificultad en las que nos tocará atravesar en los lugares
que nos desenvolvemos.