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viernes, 11 de marzo de 2022

El cántico de Gomer

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Basado en el libro del profeta Oseas



El cántico de Gomer

Te alabo mi Señor y Creador de todos los cielos y las estrellas
Porque te dignaste de tu sierva,
Las alianzas con Egipto o con Siria no salvaron a tu pueblo pero fue tu amor,
tu eterno amor,
La nación del norte buscaba amor en el lugar equivocado, así como yo.
Aparecí callada cuando contaron mi historia, mis labios fueron sellados.
Me expusieron desnuda, me encerraron, usaron violencia contra mí los hombres
Pero tu amor me liberó.
Me diste hijos, aunque no me preguntaron si quería o no, quisieron usar mi vientre.
Pero tú abriste mi boca y honraste a mi descendencia.
Mis enemigos hablaron de mí, murmuraron me llamaron prostituta, y despreciaron a mi familia, así como tú ya lo habías señalado que lo harían.
Me sacaste de las manos de los Cananitas y sus requisitos de fornicación durante mi juventud.
Siendo escogida por ti, me liberaste de la promiscuidad.
Aunque excluida, me demandaron hijos, los tuve, y los amé, pero ¡fueron mis hijos también!.
Los nombres dados a mis hijos, yo también los escogí, yo sabía cómo estaba el pecado de mi pueblo. Dejaron en la sombra a mi madre. Solo reconocieron a mi padre. Pero tú la reconociste.
Cuando la nación del Norte buscaba seguridad en la guerra, enviaste a tu profeta.
¡Te alabo porque me hiciste parte de ese llamado!.
Sufrí en manos de los hombres adúlteros que ofrecían joyas, riquezas.
Me ayudaste con tu amor, para resistir a hombres y sus riquezas, demandando mi cuerpo.
A los poderosos, a los ricos que ahora abundan, a los que tienen joyas y perlas tú los exhibes.
Su pecado en secreto promoviendo la prostitución lo hiciste público.
Creen que así como la lluvia es esperma para la tierra, ellos seducen a las jóvenes. Su Baal es muerte.
Tú los exhibiste con su lujuria, su lascivia, y su pecado.
¡Tú levantas del polvo a la gran mayoría de mujeres pobres!
A los hombres que aman la guerra, y aman la violencia, que venden su alma y cuerpo a la guerra, tú los llevaste a la dependencia económica, represión y la deportación.
Demostraste que tú eres el Dios verdadero, no el poderío militar de Egipto y Asiria.
Tú eres la paz para tu pueblo.
Me sacaste de la esclavitud por el amor eterno que mostraste.
Creían ser dueños de mí, pero tú siempre fuiste mi único dueño y Señor.
Cuando mi esposo se distanció y dijo que yo no era su esposa, avergonzándose de mi frente a todos.   
Tú nunca te alejaste de mi Señor, mi restaurador.


Tú levantas del polvo a las despreciadas, a las forzadas a callar, a las condenadas por los hombres
Por ti es que pude proveer para mi familia y cuidar de mis hijos al fin.
Me llamaron promiscua por una razón y solo una,

Porque el pueblo era promiscuo y yo era parte de ese pueblo.
Ahora todas las generaciones me llamarán bendecida y restaurada por tu amor.

¡No hagan imagen de Dios en la imagen de ningún hombre!
¡Solo Dios es perfecto y verdaderamente diverso!

 


martes, 8 de marzo de 2022

¿Qué quieres que haga por ti?

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Marcos 10:46-52

El ciego Bartimeo


 

 Me llaman Bartimeo, el hijo de Timeo. Pero Timeo y mi madre me engendraron ciego. Nunca había visto la luz, no sabía lo que era un color, nunca conocí un rostro, no sabía lo que era una sonrisa. Mi mundo era un mundo pobre, no solo porque no tenía la vista, pero tampoco otras riquezas estaban a mi alcance. Una familia que pronto se deshizo de mí porque mi propia ceguera los acusaba. Una ciudad que me expulsaba porque mi presencia era la marca de la debilidad. Así era mi vida, al costado del camino, en la antigua Jericó de Rahab, la de los muros tumbados, la reconstruida a precio de sangre, bendita y maldita Jericó. Maldita, para mí, desde mi cuna, aunque ni cuna me dieron.

Pobreza es la falta de afecto, la falta de cuidado, la falta de misericordia, y de esa pobreza me quejo más que de la falta de vista. Me hicieron pobre y mendigo, me redujeron a ser una piedra al costado del camino, lo que sobra, lo que no es. El testigo ciego de la ambición y el prejuicio, el obligado parásito de la caridad ajena, el molesto pedigüeño en el cual descargar enojos y burlas. De vez en cuando, la limosna denigrante con la cual alguno que otro que se creía generoso cumplidor de la ley me daba a comer pan de lágrimas, lágrimas de los ojos negados.

Pensar que el ciego era yo, pero eran ellos los que no me veían, no veían al ser humano que yo soy, no sabían de mis sueños sin imágenes, de mis deseos sin respuesta, de los sufrimientos del desamor. Y yo, aunque ciego, veía; veía la soberbia de los mediocres, el legalismo que expulsa, la dolorosa enfermedad de los que se creen sanos porque ven, pero no ven su propio pecado, que es la peor enfermedad. Ciego y pobre, pero no tan ciego y pobre como algunos ricos videntes. La vida me tiró al lugar de la pobreza, pero lo que me faltó en bienes me sobraba en experiencias, no siempre las mejores.

Ciego no significa sordo. Y escuchaba a los transeúntes de las mil caravanas, que pasaban de largo. Enriquecía mi pobre mundo con los sonidos y las voces, con los cuentos a medias que me llegaban, con los comentarios al pasar. Y entre esas historias comenzó a resonar una y otra vez un nombre, un tal Jesús.

Galileos en camino al templo lo nombraban una y otra vez. Aparecía en muchas historias: que a su voz se produjo la más maravillosa pesca en el lago, que alimentó a una multitud con solo unos pocos panes, que curó a un hombre de mano tullida, a una mujer encorvada, a otra con flujo de sangre. Diez leprosos habían sido limpiados por su palabra. Otros decían que un paralítico había caminado en Jerusalén, cerca del estanque de Siloé, que los demonios huían ante su voz y presencia. Incluso que una niña había sido resucitada. Y, sí, también, que había vuelto la vista a los ciegos. Yo escuchaba esas historias, y ¡cómo quería creerlas!

Había también otras voces: las de los fariseos que lo acusaban de quebrantar la ley, de no guardar las formas ni el sábado, de rodearse de pobres y rústicos, de publicanos y prostitutas, es decir, de andar entre gente como yo, herida de impureza. Se ensañaban con su manera de enseñar, con el mensaje ambiguo de sus parábolas, se sentían ofendidos por su manera de contestarles, por anunciar un Reino de pobres y niños, de los que ellos serían excluidos.

Ocasionalmente, cuando alguno con un poco más de simpatía se detenía cerca mío, aprovechaba para preguntar. Y así me enteré que se creía que era descendiente del rey David, que había sido bautizado por Juan, y que en ese momento se había manifestado la voz de Dios. Los rumores anunciaban que era un profeta de los antiguos, al estilo de Jeremías o el mismísimo Elías vuelto a la tierra. Una vez pasó un seguidor de Juan, el profeta bautizador que había sido asesinado por Herodes. Ese sí me trató bien; incluso me regaló la capa que tenía, porque decía que eso era lo que Juan enseñaba. Y que Jesús era el que Juan había anunciado. Me dijo que Juan, cuando estaba en la cárcel, le había enviado a él y a otro de sus seguidores a encontrarse con Jesús para preguntarle si él era el Mesías, o tenían que esperar a otro. Y que Jesús no les había respondido directamente, sino, y el hombre lo recordaba bien, que: Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos son limpiados, los sordos oyen, los muertos son resucitados, y a los pobres es anunciado el evangelio”. Aquellas cosas que yo mismo oía en los comentarios de los viajeros, y que eran mi propio anhelo, el más profundo de mis reclamos, el más soñado de mis sueños. “¡Ah, si eso fuera cierto!”, me decía. Y si fuera cierto, llegue a la conclusión, sería el Mesías. Y si es el mesías, tarde o temprano vendrá a Jerusalén y tendrá que pasar por Jericó, y yo tendré oportunidad de pedirle que, como a otros, me dé la vista.

Y efectivamente el día llegó. Escuché los rumores, preparé mi alma. Era la oportunidad de mi vida, y no la iba a perder. Así que cuando supe que estaba cerca, comencé a llamarlo, a llamarlo desde lo que quería creer: “Jesús, hijo de David”. No faltó el que me quiso hacer callar. Pero ¡cómo me iba a callar! Tenía que hacer sonar mi voz más que otras voces. Si algo cierto había en Jesús, en lo que había escuchado de él, me tenía que oír, tenía que oír al ciego, al pobre, al dolido. Ese era el Jesús que imaginaba mi ciega imaginación.

Y me oyó, y me hizo acercar. Salté como un resorte. Allá voló la capa que me había regalado el discípulo de Juan. Guiado por las voces corrí a su encuentro, en el último acto de mi ceguera. Y entonces esa pregunta insólita: “¿qué quieres que haga por ti?” Por un momento dudé; acaso, si es el mesías, ¿no debería saber mi necesidad?; acaso no es evidente que soy ciego, y que lo que más anhelo es ver. ¿Por qué me tiene que preguntar lo que es obvio? Pero no dudé en la respuesta: “Maestro, que vea”, le dije, remarcando lo obvio. Ustedes ya saben el resultado, porque ahora veo.

Pero volví una y otra vez a la insólita pregunta. Y me di cuenta que en ella estaba encerrado todo el secreto de la libertad humana. Jesús no pensó por mí; él me hizo expresar mi propio deseo, decir mi propio anhelo. Me hizo hacer lo que siempre quise hacer. Cuando los otros me habían mandado a callar, él me hizo hablar. Cuando los otros me tenían al costado, él me puso en el centro, haciéndome decir mi propio sentir. Cuando los otros me despreciaron, el me mostró aprecio, y me quiso escuchar. Cuando para otros era simplemente una cosa más al costado del camino, para él fui el ser humano que puede decir lo que quiere desde su propia dignidad. No pensó por mí, no habló por mí, no decidió por mí: me dio lugar para mi propio deseo, mi propia voz, mi propia decisión; el ciego del costado del camino piensa, habla, decide lo que quiere frente al Hijo de David. Yo fui la autoridad, él se puso a mi servicio: “¿qué quieres que haga por ti?”

Y cumplió con mi pedido, pero no lo hizo sin mí, lo hizo con mi fe. Me salvó. Me salvó de la indignidad, del oprobio y la burla, de la pobreza que descalifica, del desamor que excluye. Esa tonta pregunta fue la más profunda de todas, la que verdaderamente mostró porqué es el Mesías. Porque antes de darme la vista, me había devuelto la palabra, me había devuelto la dignidad, me había hecho humano de nuevo.


viernes, 4 de marzo de 2022

¿Rechazado, menospreciado?

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Mateo, seguidor de Jesús 

Lucas 5:27-32


En esta historia de vida, la de un odiado y despreciado cobrador de impuestos, Leví o Mateo, resaltan varios temas conectados entre sí:

La relación entre salir y ver.

Los seres humanos de carne y hueso.

El cruce de fronteras.

La llamada al Seguimiento.

El costo del Seguimiento.

La solidaridad con los marginados y excluidos.

Jesús, para encontrarse con Leví o Mateo, tuvo que salir. Fue a orillas del lago de Galilea, encontró a Mateo sentado en su espacio de marginado y despreciado, y allí le hizo la invitación al seguimiento.

La estrecha relación entre salir y ver se nota en el relato de los evangelios. Lucas utiliza particularmente un verbo bastante enfático (theaomai), para la acción de ver, indicando que se trató de una manera ver profunda o fuera de lo común, intencional, de ver más allá de la superficie o de la epidermis.

 

Esta acción de Jesús plantea para varios asuntos relacionados con la teología y la misión: Para ver a un despreciado, se tiene que salir de la comodidad del mundo en el que uno está situado, rompiendo con los prejuicios sociales, culturales y religiosos que nos impiden ver la realidad en toda su crudeza e insulto al Dios de la Vida.

Jesús no fue entonces un religioso balconizado, uno de aquellos que observan la realidad desde su cómoda posición en un balcón, sino que se atrevió a salir, a bajar, para identificarse y comprometerse con personas como un odiado y despreciado cobrador de impuestos.

Él fue hombre del camino. Uno de aquellos para quien el ser humano concreto tiene más valor que los prejuicios que desfiguran el propósito liberador y humanizador de Dios. Fue en el camino en dónde encontró a su discípulos y les hizo el llamado al seguimiento. Fue en la cotidianidad de la vida que se relacionó con ellos.

La práctica misionera entonces, para que sea contextual y, por lo tanto, pertinente, eficaz y eficiente, tiene que hundir sus raíces en el marco temporal en el que los marginados y excluidos sueñan, lucha, lloran y se alegran.

Como en el caso de Leví o Mateo, los seres humanos no son cuerpos anónimos, sin identidad precisa, sin historia de vida o sin lazos familiares o relaciones humanas significativas.

Todos los seres humanos, cualquiera sea la realidad en la que se encuentren, tienen una historia personal, raíces familiares, rostro definido, y necesidades materiales y espirituales específicas.

Esta fue precisamente la condición de Mateo: Tenía un nombre, una nacionalidad, un oficio y lazos familiares conocidos. No era un nadie, aunque así lo trataban, ni un personaje anónimo. Lucas y los otros evangelios indican claramente que Jesús no lo vio, trató o valoró como lo hacían sus contemporáneos. Lo vio, trató y valoró como un ser humano digno de ser amado y de ser invitado a formar parte de la comunidad mesiánica que él estaba comenzando.

De esa manera, rompió con todo aquello que había convertido a Mateo en una escoria social debido a su condición de funcionario del imperio romano, traidor de su pueblo, extorsionador y ladrón. La pregunta para nosotros tiene dos vertientes: ¿Somos personas de balcón o del camino? ¿Cómo vemos, valoramos y tratamos a las personas que están condenadas al ostracismo social?

En la misión, para cambiar las situaciones de opresión, tenemos que insertarnos en la realidad material que se tiene que cambiar y sintonizar con el pueblo de a pie. Esto no será posible sino conocemos su lenguaje, la forma en que se relacionan y sus luchas y esperanzas.

La misión exige entonces cruce de fronteras. Esto fue lo que hizo Jesús cuando encontró a Mateo. Jesús se atrevió a cruzar fronteras que estaban vedadas en su tiempo. Sabiendo que Mateo estaba considerado como un traidor, extorsionador, ladrón y un despreciable personaje, lo buscó y le invitó a dejar su trabajo habitual y a integrarse a la comunidad mesiánica.

Jesús sabía que no podía relacionarse con un pecador público, menos entrar en su casa, y menos aún intimar con él y con otros despreciables como él. Pero lo hizo, cuestionando así los prejuicios socialmente aceptados de su tiempo.

Esta acción de Jesús no fue nada casual. Fue intencional. Apuntaba a dejar claramente establecido que en la comunidad mesiánica todo eran aceptados, incluso, un marginado como Mateo.

La demanda es clara. Cuando se cruza fronteras, el riesgo es una inserción profunda en las avenidas en las cuales caminan los pobres, los indefensos y los desposeídos. En otras palabras, una conversión al mundo de los desvalidos, conversión que se expresa en una transformación radical del estilo de vida.

La exigencia es entonces cruce de todas las fronteras que separan a las personas, entre ellas, las subculturas presentes en nuestras sociedades. La llamada al seguimiento tiene lugar en el espacio en el que Mateo pasaba la mayor parte del tiempo: su lugar de marginado.

La iniciativa en la llamada al seguimiento siempre la tiene Jesús. Jesús escogió deliberadamente a Mateo. Las palabras utilizadas en el relato (akolouthei moi, sígueme) indican que no se trataba de una invitación ocasional, opcional o que se podía postergar. Fue un imperativo

La respuesta de Mateo expresa tanto la reputación que tenía Jesús como la disposición de Mateo. Esta persona salía así del ostracismo social para incorporarse a una comunidad de iguales. La llamada de Jesús tenía como correlato la redención social de este odiado y despreciado publicano. Él pasaba de ser un paria a ser una persona con valor y dignidad como los otros discípulos de Jesús.

De esa manera, la comunidad de Jesús, se convierte en una sociedad alternativa que dignifica a seres humanos como Mateo y que camina en dirección contraria a la sociedad circundante.

El seguimiento tiene un costo preciso. Para Mateo significó dejar su oficio de cobrador de impuestos, reorientar su vida y comenzar un peregrinaje colectivo con otros que habían sido marginados como él. Dejó su oficio lucrativo de cobrador de impuestos, renunció a lo que más amaba (dinero) y tuvo que dejar a un lado todo apego exagerado por los bienes materiales.

El seguimiento entonces demanda renunciar al círculo vital que nos proporciona seguridad y nos da un nombre, cierto prestigio y el poder temporal.

El desafío para todo nosotros es preguntarnos a qué hemos tenido que renunciar y preguntarnos también si estamos utilizando el evangelio y la iglesia como una mercancía para obtener recursos económicas, ganar prestigio o acceder a los espacios de poder.

El seguimiento es riesgo, renuncia y apostar por una vida distinta a la que se nos ofrece en la sociedad circundante. La solidaridad activa y visible con los sectores sociales ignorados por la historia oficial destaca también en el relato de la invitación al seguimiento a Mateo.

Mateo en señal de gratitud invitó a Jesús a su casa, hizo un banquete e invitó a otros como él a esa fiesta. Jesús aceptó la invitación, entró a la casa de un conocido pecador público, se sentó a la mesa con otros pecadores e intimó con ellos.

Las acciones de Jesús provocaron la airada crítica de los religiosos que no toleraban que un galileo cuestione las reglas socialmente aceptadas de marginación y exclusión. La pregunta y el desafío para nosotros es: ¿Hasta qué punto estamos dispuestos a identificarnos visiblemente con los marginados y excluidos del mundo.

La otra pregunta y desafío es: ¿A qué tenemos que renunciar para asociarnos con aquellos que están en el desván de las relaciones sociales? Finalmente, ¿estamos dispuestos a asumir el costo del seguimiento a Jesús en nuestros contextos de misión particulares?


Prisionera de guerra

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Naamán el Sirio y la niña esclava prisionera de guerra

2 Reyes 5:1-27









El arte narrativo del autor muestra su gran sentido del humor y una fina ironía: el varón grande, valeroso, general del ejército y valioso para su nación padece de una enfermedad de la piel. El aparato real y la burocracia que se mueven para lograr su sanidad sobrepasan en mucho a las proporciones de la enfermedad. Sin embargo, para Naamán  y todo su pueblo, el asunto es de suma importancia; los regalos para el profeta de Samaria así lo demuestran: treinta mil monedad de plata, seis mil monedad de oro y diez trajes nuevos de tela muy fina.

Esa enfermedad y la gran figura del enfermo causan revuelo en Israel y su corte real. En contraste, el texto presenta a una niña prisionera. Ella no sirve al rey, sino a la esposa de Naamán. No llego con la pompa de Naamán, rodeada de dignidad y poder, sino como una esclava de guerra. Pertenecía a la nación conquistada y siempre permaneció en el anonimato. Pero esa niña fue el instrumento divino para lograr la salvación del general.

Se imagina usted a una niña esclava dándole un consejo a la esposa del hombre fuerte de Siria. La Biblia no menciona el nombre de ella, pero sí narra acerca de su fe en el Dios que ella amaba y cómo el Señor podía sanar a su amo a través del profeta Eliseo:

“Y de Siria habían salido bandas armadas, y habían llevado cautiva de la tierra de Israel a una muchacha la cual servía a la mujer de Naamán. Esta dijo a su señora: Si rogase mi señor al profeta que está en Samaria, él lo sanaría de su lepra” (2 Reyes 5:2-3).

Esta niña era sierva de la esposa del hombre más poderoso del ejército sirio; sin embargo, este caballero se había contagiado de lepra. Una enfermedad que produce llagas, deforma el cuerpo, ataca el sistema nervioso, y es altamente contagiosa, lo que provoca que el enfermo tenga que ser aislado de su familia y de la sociedad.

Por todo esto, Naamán estaba angustiado, necesitaba un “milagro”, por eso la niña habló con su ama y le dijo esa frase que cambiaría la vida de su esposo: “Si rogase mi señor al profeta que está en Samaria, él lo sanaría de su lepra”.

La jovencita estaba preocupada y externó su ternura, compasión por el estado de salud de su amo. Ella no tuvo dificultad en creer que Dios era el único que podía sanarlo.

Naamán obedeció y fue a buscar al profeta Eliseo, el cual no salió a atenderlo, pero a través de un siervo le dijo que fuera a zambullirse siete veces, en el Río Jordán y así Dios lo sanaría. Su ego nacionalista le impide ver que Israel tuviera algo mejor que Siria. Y cuando está a punto de perder la posibilidad de sanidad y nueva vida, otra vez se levantan los de abajo, sus esclavos, para hacerlo entrar en razón.

Esta receta no le gustó al hombre fuerte de Siria pero, pese a que la cuestionó, hizo conforme a lo que le dijo el varón de Dios. Cuando Naamán se sumergió la séptima vez en el río, su piel le fue restaurada: “su carne se volvió como la carne de un niño y quedó limpio” (2 Reyes 5:14).

Todos los tratamientos, visitas al médico, diagnósticos y la desesperanza quedaron sepultados en el fondo del Jordán. Cuando emergió del agua, un hombre nuevo salió a flote: ¡Dios lo había sanado de manera inmediata! Todo conforme al consejo que le había dado el profeta Eliseo, gracias a la recomendación que le hizo la esclava de su esposa.

Ese día, Naamán se volvió un creyente: “...He aquí ahora conozco que no hay Dios en toda la tierra, sino en Israel” (2 Reyes 5:15a).

1. La fe de la sierva de Naamán fue exaltada por Dios, su compasión y amor por el prójimo hizo que este hombre creyera en el único Dios verdadero.

2. La fe no depende de la madurez cristiana, sino de una disposición de creerle a Dios.

3. La fe, la obediencia y creer en el poder de Dios fueron la clave para que Naamán sanara mediante un “método” sencillo.

Un extranjero, miembro de una nación enemiga de Israel recibe salud del Dios de Israel.

Jesús hace mención de este relato cuando menciona que en Israel en tiempos del profeta Eliseo había muchos que padecían lepra pero ninguno de ellos fue limpiado, solo sana al extranjero, Naamán el sirio. Lucas 4:27

Las cortes reales de Siria e Israel, que debían ser centros de decisiones sabias y efectivas, quedan desenmascaradas por las palabras y consejos de la niña. Los reyes no saben dónde encontrar la respuesta al problema; la niña sí.

jueves, 3 de marzo de 2022

Jesús y la Viuda de Naín

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Jesús y la Viuda de Naín


La viuda de Naín, el personaje central de esta historia, era triplemente marginada por ser mujer, viuda y por depender de la caridad pública para su sustento debido a la orfandad total en la que se quedaba debido a su viudez y a la pérdida de su único hijo.

El futuro inmediato de esta mujer era incierto. Se quedaba sin nada y tenía que depender de otros para seguir viviendo.

Fue en esas circunstancias que Jesús la encontró o que ella se encontró con Jesús.

El relato tiene tres momentos claves:

  • a) El problema concreto.
  • b) La compasión de Jesús.
  • c) La alegría de una indefensa.

Esto tres momentos articulan una propuesta liberadora integral en favor de los indefensos del mundo.

Una mujer viuda condenada al desamparo y a la pobreza.

Ella, como mujer viuda, tenía pocas posibilidades de sobrevivir. Su futura era incierto sombrío.

La situación en la que se encontraba la mujer viuda explica tanto la compasión de Jesús como las palabras aparentemente ofensivas de Jesús: No llores (7:13).

La compasión de Jesús se expresó no solo en palabras sino también en gestos liberadores.

Las palabras de Jesús, no llores, no fueron palabras de descortesía ni incomprensión del problema concreto que afectaba a la mujer viuda.

Fueron palabras de esperanza a quien no tenía esperanza sino un futuro sombrío.

Pero Jesús hizo algo más: tocó el féretro. (7:14). Es decir, asumió el riesgo de ser declarado una persona ceremonialmente impura.

La compasión de Jesús se expresó además en una acción pública inusual: le habló a un muerto como estuviera vivo. Estas fueron sus palabras luego de tocar el féretro: Joven, a ti te digo, levántate (7:14).

Ocurrió entonces algo extraordinario: el muerto le escuchó, obedeció, se levantó del féretro y habló. De acuerdo a Lucas: Entonces se incorporó el que había muerto, y comenzó a hablar (7:15).

Jesús demuestra así que es el Señor de la vida y quien da vida.


Lucas termina el relato con dos datos altamente significativos.

El primero de ellos es el gesto visible de Jesús hacía la mujer viuda: Y lo dio a su madre (7:15). Lo que indica que no solo el muchacho volvió a la vida, sino también la misma madre (mujer y viuda) resucitó socialmente. Fue entonces un doble milagro, dos personas resucitaron, y recuperaron la alegría y la esperanza.

El segundo dato es que los testigos de este milagro al unísono decían: Dios ha visitado a su pueblo (7:16).

Así había sido en efecto. El reino de vida ya estaba en acción en la historia.

Los beneficiarios eran todos y, especialmente, quienes estaban en la periferia de la sociedad.

Se trataba de un reino de vida que confrontaba directamente a las fuerzas de la muerte, a la anti-vida, a las opresiones que desfiguraban el propósito de vida y de justicia de Dios.

El desafío y la pregunta para nosotros puede precisarse con estas palabras: Si Jesús no fue indiferente ni insensible frente a la situación de carencias y desamparo en la que quedada esta mujer vida, ¿Cómo tenemos que responder a las diversas situaciones de desamparo y carencias en las que encuentran cientos de personas y de familias condenadas a la pobreza?

Desde otro ángulo: ¿De qué maneras tiene que expresarse la compasión cristiana en realidades de carencia, desamparo y desesperanza?

Esta historia nos recuerda que cuando los frágiles se encuentran con el reino de vida de Jesús, la alegría que ese encuentro produce transforma las condiciones materiales en las que viven y les transmite un amor por la vida que nadie les puede arrebatar.

Los frágiles tienen entonces en Jesús a su go´el, su vindicador, el que saca la cara por ellos y el que los defiende y libera de todas las violencias. Los frágiles saben que Jesús tiene poder para derrotar a la muerte y a la miseria.

 

miércoles, 2 de marzo de 2022

Los amigos de Daniel

 Lectura: Daniel 3:10-26

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Introducción:

En esta parte del texto el rey Nabucodonosor manda levantar una estatua de oro y ordena que todos, bajo pena de muerte, le tributen culto cuando dé la señal. Los tres compañeros desafían el decreto real permaneciendo leales a su fe. Entonces los tres judíos son arrojados al horno de fuego ardiente pero las llamas no les causan daño. Cuando el rey ve lo sucedido, manda que los tres hombres salgan del horno y rinde homenaje a su Dios.

Unidos ante la muerte

Este  relato  era particularmente  significativo  para  los judíos  del  siglo II a. C. porque  Antíoco  IV  había  mandado  erigir  en  el  templo  de  Jerusalén  la  imagen  de  Zeus  Olímpico.  Esta  imagen  era «la  horrible  abominación»  a que  se  hace  referencia  en 1 Mac  1, 54; Dan  9, 27; 11, 31, y  el símbolo  del  poder romano  que profanaría  el templo  («la  abominación  de la  desolación»  de  Mt  24,  15  y  Me  13,  14). (Alexander, 1995)

El autor parece conocer «la llanura de Dura» (3,1), y la tradición de un ídolo monumental erigido en Babilonia puede basarse en un recuerdo real. Pero la enumeración de los funcionarios del rey (3,2-3) utiliza títulos propios de un Irán helenizado y la orquesta (3,5.7.15) recoge instrumentos con nombres fenicios y griegos. (Pierre, 1993)

El no participar en este culto imperial equivale a llegar a terminar la vida en la hoguera. En vez de ‘horno’ sería mejor traducir ‘crematorio’, palabra que le da su verdadera dimensión al relato. (Hans)

La respuesta de los jóvenes está en 1 persona del plural, no vacilaron en su respuesta al decreto del rey si debían obedecer o no. No pensaron en una respuesta evasiva cuando se requirió una respuesta directa. Dios si quiere puede salvarlos del horno ardiente, pero si Dios no quiere, ellos no darán culto a la estatua que ha mandado hacer el rey.

Como dice Di Lella,  Dejan a  Dios  ser  Dios.  No  intentan  controlar  a  Dios.  Sólo Dios  es  el  único  que  decide  si  quiere  intervenir  milagrosamente  en  los  asuntos  humanos,  y  cuándo  lo quiere.  Esperar  otra  cosa  es  hacer  de  Dios  un  recurso  que exonera  de todo  trabajo  o una  conveniencia celestial  que  está  a  nuestra  disposición. (Alexander, 1995)

En la composición narrativa de este capítulo resulta que el autor sabe lo que para estos 3 combatientes vendrá después, pero sus actores no. ¡No es porque ellos sepan que la hoguera no será el final de sus vidas que se atreven a desobedecer el decreto del rey! Ni siquiera saben si su Dios es capaz de rescatarlos del fuego o no, hay incertidumbre al respecto. Pero, lo que sucederá después no puede y no debe de alguna manera alterar lo que ahora deben hacer. El verdadero martirio siempre es incondicional: “no adoraremos a tus dioses, ni tampoco a tu estatua”. (Hans)

Los tres confesores son arrojados al horno de fuego ardiente con sus mantos, sus calzas, sus turbantes y sus vestidos. Los  soldados  más  fuertes del  rey  son  consumidos  por  el  mismo  fuego  que  hicieron  para  quemar  a  los  tres  judíos  aparentemente indefensos.  Pero  «estos  tres  hombres  cayeron  atados en  medio  del  horno  de  fuego  ardiente»  y  «se  paseaban  en  medio  de  las  llamas,  alabando  a  Dios  y  bendiciendo  al  Señor» (Alexander, 1995)

Estamos firmes en las promesas de Dios? Nos encuentra diciendo lo mismo como familia en estos días. Si él está con nosotros no tenemos que temer lo que nos pueda hacer el hombre. Dios nos librará sea de la muerte o por medio de la muerte.

En lo que sigue se nos dará a conocer cuál es el resultado de la presencia de los tres en el crematorio. Es una inversión triple: en vez de ser un lugar donde la vida de los adversarios termina para siempre y en vez de ser un lugar que procura la purificación del imperio, el crematorio se torna lugar de espanto para el mismo dictador. Los tres no mueren. Se termina la ausencia de aquel Dios que hasta ahora sólo se había hablado. (Hans)

Aquí es importante que vida y muerte cambien de destinatarios. Es impactante ver que en todo el episodio el Dios de los judíos aparece sólo en el crematorio. Para los combatientes es suficiente porque es el único lugar que importa ahora: el lugar de su martirio.

En nuestro texto estuvimos presenciando los primeros momentos de la articulación del concepto de la resurrección como respuesta a los combatientes en la resistencia, aquí antiseléucida; después contra los demás opresores de turno (incluyendo a los Macabeos/ Hasmoneos) de la época intertestamentaria.

Conclusión

Que Nabucodonosor caliente su horno como pueda que unos pocos minutos durará el tormento de los que fueron arrojados dentro.

Los tres judíos no fueron salvados de las llamas sino fueron salvados en medio de las llamas. En la tradición posterior, en especial en la literatura apocalíptica, el fuego y ‘el horno’ llegan a constituirse en el lugar del juicio final por excelencia. (Hans). Pero el fuego del infierno tortura y no mata.

El hecho  de  que los  judíos  sean  fieles  hasta  el  grado  extremo  de  la muerte  no  condiciona  para  nada  a  Dios.  Dios  es  absolutamente  libre  de  obrar  como  quiera. (Alexander, 1995)

Los que sufren por Cristo tienen su presencia en sus sufrimientos aún en el horno ardiendo, y en el valle de sombra de muerte. El Padre  que  no  se  guardó  a  su  propio  Hijo, sino  que  lo  entregó,  capacitará  a  los  creyentes  para trascender  o  ir  más  allá  de  sus  instintos  naturales, eligiendo  la  muerte,  a  ceder  a  las  exigencias  inmorales  del  Estado.

El  relato  de  los  tres  confesores  pone  de manifiesto  que  la  lealtad  a  Dios  es  más  importante y,  a  la  postre,  más  significativa  que  la  prolongación de  la  vida  y  la  prosperidad  social  y  económica  adquiridas  a  expensas  de  los  principios  religiosos. (Alexander, 1995)

Que Dios nos ayude y capacite para permanecer fieles en momentos de gran dificultad en las que nos tocará atravesar en los lugares que nos desenvolvemos.

 

LOS SALMOS: LIBRO POÉTICO

  El libro de los Salmos, una de las colecciones poéticas más importantes de la Biblia, nos ofrece múltiples enseñanzas que abarcan diversos...