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Mateo, seguidor de Jesús
Lucas 5:27-32
En esta historia de vida, la de un odiado y
despreciado cobrador de impuestos, Leví o Mateo, resaltan varios temas
conectados entre sí:
La relación entre salir y
ver.
Los seres humanos de carne y
hueso.
El cruce de fronteras.
La llamada al Seguimiento.
El costo del Seguimiento.
La solidaridad con los
marginados y excluidos.
Jesús, para encontrarse con Leví o Mateo, tuvo que salir.
Fue a orillas del lago de Galilea, encontró a Mateo sentado en su espacio de
marginado y despreciado, y allí le hizo la invitación al seguimiento.
La estrecha relación entre salir y ver se nota en el
relato de los evangelios. Lucas utiliza particularmente un verbo bastante
enfático (theaomai), para la acción de ver, indicando que se trató de
una manera ver profunda o fuera de lo común, intencional, de ver más allá de la
superficie o de la epidermis.
Esta acción de Jesús plantea para varios asuntos
relacionados con la teología y la misión: Para ver a un despreciado, se tiene que salir de la
comodidad del mundo en el que uno está situado, rompiendo con los prejuicios
sociales, culturales y religiosos que nos impiden ver la realidad en toda su
crudeza e insulto al Dios de la Vida.
Jesús no fue entonces un religioso balconizado, uno
de aquellos que observan la realidad desde su cómoda posición en un balcón,
sino que se atrevió a salir, a bajar, para identificarse y comprometerse con
personas como un odiado y despreciado cobrador de impuestos.
Él fue hombre del camino.
Uno de aquellos para quien el ser humano concreto tiene más valor que los
prejuicios que desfiguran el propósito liberador y humanizador de Dios.
Fue
en el camino en dónde encontró a su discípulos y les hizo el llamado al
seguimiento. Fue en la cotidianidad de la vida que se relacionó con ellos.
La práctica misionera
entonces, para que sea contextual y, por lo tanto, pertinente, eficaz y
eficiente, tiene que hundir sus raíces en el marco temporal en el que los
marginados y excluidos sueñan, lucha, lloran y se alegran.
Como en el caso de Leví o
Mateo, los seres humanos no son cuerpos anónimos, sin identidad precisa, sin
historia de vida o sin lazos familiares o relaciones humanas significativas.
Todos los seres humanos,
cualquiera sea la realidad en la que se encuentren, tienen una historia
personal, raíces familiares, rostro definido, y necesidades materiales y
espirituales específicas.
Esta fue precisamente la
condición de Mateo: Tenía un nombre, una nacionalidad, un oficio y lazos
familiares conocidos. No era un nadie, aunque así lo trataban, ni un personaje
anónimo. Lucas y los otros evangelios
indican claramente que Jesús no lo vio, trató o valoró como lo hacían sus
contemporáneos. Lo vio, trató y valoró como un ser humano digno de ser amado y
de ser invitado a formar parte de la comunidad mesiánica que él estaba
comenzando.
De esa manera, rompió con
todo aquello que había convertido a Mateo en una escoria social debido a su
condición de funcionario del imperio romano, traidor de su pueblo,
extorsionador y ladrón. La pregunta para nosotros tiene dos vertientes:
¿Somos personas de balcón o del camino? ¿Cómo vemos, valoramos y tratamos a las
personas que están condenadas al ostracismo social?
En la misión, para cambiar las situaciones de
opresión, tenemos que insertarnos en la realidad material que se tiene que
cambiar y sintonizar con el pueblo de a pie. Esto no será posible sino
conocemos su lenguaje, la forma en que se relacionan y sus luchas y esperanzas.
La misión exige entonces cruce de fronteras. Esto fue
lo que hizo Jesús cuando encontró a Mateo. Jesús se atrevió a cruzar fronteras que estaban
vedadas en su tiempo. Sabiendo que Mateo estaba considerado como un traidor,
extorsionador, ladrón y un despreciable personaje, lo buscó y le invitó a dejar
su trabajo habitual y a integrarse a la comunidad mesiánica.
Jesús sabía que no podía relacionarse con un pecador
público, menos entrar en su casa, y menos aún intimar con él y con otros
despreciables como él. Pero lo hizo, cuestionando así los prejuicios
socialmente aceptados de su tiempo.
Esta acción de Jesús no fue nada casual. Fue
intencional. Apuntaba a dejar claramente establecido que en la comunidad
mesiánica todo eran aceptados, incluso, un marginado como Mateo.
La demanda es clara. Cuando se cruza fronteras, el
riesgo es una inserción profunda en las avenidas en las cuales caminan los
pobres, los indefensos y los desposeídos. En otras palabras, una conversión al
mundo de los desvalidos, conversión que se expresa en una transformación
radical del estilo de vida.
La exigencia es entonces
cruce de todas las fronteras que separan a las personas, entre ellas, las
subculturas presentes en nuestras sociedades.
La llamada al seguimiento tiene lugar en el espacio
en el que Mateo pasaba la mayor parte del tiempo: su lugar de marginado.
La iniciativa en la llamada al seguimiento siempre la
tiene Jesús. Jesús
escogió deliberadamente a Mateo. Las palabras utilizadas en el relato (akolouthei
moi, sígueme) indican que no se trataba de una invitación ocasional,
opcional o que se podía postergar. Fue un imperativo
La respuesta de Mateo expresa tanto la reputación que
tenía Jesús como la disposición de Mateo. Esta persona salía así del ostracismo
social para incorporarse a una comunidad de iguales.
La llamada de Jesús tenía como correlato la redención
social de este odiado y despreciado publicano. Él pasaba de ser un paria a ser
una persona con valor y dignidad como los otros discípulos de Jesús.
De esa manera, la comunidad de Jesús, se convierte en
una sociedad alternativa que dignifica a seres humanos como Mateo y que camina
en dirección contraria a la sociedad circundante.
El seguimiento tiene un costo preciso. Para Mateo
significó dejar su oficio de cobrador de impuestos, reorientar su vida y
comenzar un peregrinaje colectivo con otros que habían sido marginados como él.
Dejó su oficio lucrativo de cobrador de impuestos,
renunció a lo que más amaba (dinero) y tuvo que dejar a un lado todo apego
exagerado por los bienes materiales.
El seguimiento entonces demanda renunciar al círculo
vital que nos proporciona seguridad y nos da un nombre, cierto prestigio y el
poder temporal.
El desafío para todo nosotros es preguntarnos a qué
hemos tenido que renunciar y preguntarnos también si estamos utilizando el
evangelio y la iglesia como una mercancía para obtener recursos económicas,
ganar prestigio o acceder a los espacios de poder.
El seguimiento es riesgo, renuncia y apostar por una
vida distinta a la que se nos ofrece en la sociedad circundante.
La solidaridad activa y visible con los sectores
sociales ignorados por la historia oficial destaca también en el relato de la
invitación al seguimiento a Mateo.
Mateo en señal de gratitud invitó a Jesús a su casa,
hizo un banquete e invitó a otros como él a esa fiesta.
Jesús
aceptó la invitación, entró a la casa de un conocido pecador público, se sentó
a la mesa con otros pecadores e intimó con ellos.
Las acciones de Jesús provocaron la airada crítica de
los religiosos que no toleraban que un galileo cuestione las reglas socialmente
aceptadas de marginación y exclusión. La pregunta y el desafío para nosotros es: ¿Hasta qué
punto estamos dispuestos a identificarnos visiblemente con los marginados y
excluidos del mundo.
La otra pregunta y desafío
es: ¿A qué tenemos que renunciar para asociarnos con
aquellos que están en el desván de las relaciones sociales?
Finalmente, ¿estamos dispuestos a asumir el costo del
seguimiento a Jesús en nuestros contextos de misión particulares?