En este espacio analizaremos la oración de Daniel:
Podemos ahora resumir en cinco puntos el mensaje espiritual de la oración de Daniel, un mensaje que se halla por doquier en la Biblia. Primero, el Señor es «el Dios grande y terrible» (9, 4). Dios ha de ser venerado y reconocido como lo que es: el Ser supremo, creador de los cielos y la tierra. El temor del Señor, expresión que se halla muchísimas veces en el Antiguo Testamento, implica la actitud de respeto y amor que habría que tener hacia Dios como hacia un padre, y las obligaciones morales que derivan de ese amor. «Y ahora, Israel, ¿qué es lo que te pide JHWH, tu Dios, sino que temas a JHWH, tu Dios, sigas todos sus caminos, ames y sirvas a JHWH, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma?» {Dt 10, 12; cf. Mal 1, 6). El Nuevo Testamento añade otra verdad: «Dios es amor» (1 Jn 4, 16). El amor de Dios se manifestó de forma incuestionable cuando Jesús murió por nosotros en la cruz (Jn 3, 16).
Segundo, sólo
Dios es quien
salva. En el
Éxodo, Dios condujo a
su pueblo fuera
de la tierra
de la esclavitud
en Egipto (cf.
9, 15) a
la Tierra Prometida de
la libertad {Éx
13, 3.14; Dt
5, 6; 6,
21-23). También nosotros
podemos hallar la
salvación y la libertad sólo
en Dios {Gal
5, 1; 1
Pe 2, 16).
Nuestra tecnología y nuestros
artilugios pueden satisfacer
momentáneamente nuestras necesidades
físicas y emocionales,
pero sólo Dios
puede cumplir los
anhelos más profundos de
nuestro espíritu.
Tercero, Dios
es justo (cf. 9,
7). Esto significa
que Dios siempre hace
lo que es
recto y justo.
Pero significa también
que Dios siempre
actuará de acuerdo con
su naturaleza, que se caracteriza
por su amor firme
y su santidad.
Dios también nos
exige justicia y santidad.
«Habla a toda la
comunidad de los
hijos de Israel y
diles: Sed santos,
porque yo, J H W H , Dios vuestro,
soy santo» (Lev
19, 2). Jesús nos
dice: «Sed, pues, perfectos,
como perfecto es
vuestro Padre celestial»
(Mt 5, 48).
Cuarto, Dios
es un juez
justo (cf. 9,
11-14) que no dejará
el pecado impune
(cf. Lev 26,
14-39, Dt 28, 15-68;
Mt 25, 41-46;
Le 10, 13-15).
La cólera de Dios
es un corolario
de esta verdad.
La presunción es un
pecado grave. «Pues
bien conocemos al
que ha dicho: La
venganza es cosa mía; yo
daré lo merecido.
Y en otro
lugar: El Señor juzgará
a su pueblo. ¡Terrible cosa
es caer en manos del
Dios vivo!» (Heb 10,
30-31; cf. Dt
32, 35; Rom
12, 19).
Quinto, el
Señor es un
Dios de esperanza
y misericordia (cf.
9, 9.17-19). El
mirará con compasión y
amorosa indulgencia a los
que se arrepientan
de sus pecados y
vuelvan a él (cf. Ex
34, 6; Dt
4, 31; 7, 9;
Ef 2, 4-7).
Nunca estamos más
allá de la
esperanza, a menos
que pensemos que
somos un caso desesperado, en
cuyo caso cumpliremos
nuestra expectativa.
Cuando nos
sentimos indignos de
las encomiendas propias
de nuestra vocación,
el Señor que
nos llamó nos
dará la fuerza
que necesitamos. N o estamos solos.
El Señor está
siempre a nuestro
lado. Tenemos que
confiar en Él,
pues Él nunca ha
fallado en sus
promesas.
Por eso
los jóvenes deberían
cobrar ánimo cuando
son llamados por
Dios para un empeño
particular. Los obstáculos
parecen formidables, pero
Dios no nos llama nunca
a hacer su
obra sin darnos la
gracia y la fuerza para
llevarla a cumplimiento.
La llamada del
joven Jeremías para
convertirse en profeta
es un ejemplo
sobresaliente.
Dios nos
ha llamado a hacer su
obra en cualquier vocación que
tengamos. Pero como
Daniel en este relato,
no debemos esperar
una inspiración divina
directa para que
nos diga lo que
debemos hacer o
dejar de hacer. Dios
espera que empleemos
nuestra inteligencia y
talentos así como
nuestra imaginación cristiana
para organizar nuestra
vida y hacer
su voluntad.
Una vida plena
y satisfactoria no
consiste en lo
que tenemos y
dónde vivimos, sino
en lo que
somos y cómo vivimos.
Creemos en
un Dios de
amor, pero también
en su justa ira.
Él no será
burlado por la
arrogancia humana, la
codicia y la
insensibilidad hacia los
pobres.
¿Hablamos francamente
y con fuerza
en cuestiones morales
como la pornografía,
la violencia televisiva
y la programación indecente,
y la falta
de interés por
los pobres y los
que no tiene
hogar? Como nos recordó
Oliver Goldsmith: «El
silencio es complicidad»
Por Lic. Douglas Paredes L.
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